Había una vez un castillo gigante, muy gigante que lleno de colores en su interior, aguardaba la llegada de un príncipe encantado.
Mientras nadie tocaba a su puerta, el castillo se preparaba cada día para ese gran momento, adornaba sus habitaciones con mucha imaginación y muchísimo color.
Tenía 1500 habitaciones y 458 baños. 15 patios de ilusiones y 10 jardines de mariposas.
Tambien había 5 piletas que se escondían entre los miles de árboles y puentes colgantes.
El puente mayor tenía lucecitas de galletitas y flores de caramelos, y cada mañana se llenaba de preciosos pajaritos que revoloteaban y cantaban sin parar a su alrededor.
Los perros se vestían de traje y galera plateados todos los días y se sentaban en la enorme puerta, de hierro de dulce de leche, a esperar, mientras leían cuentos fantásticos y comían tortas de chocolate.
Las hadas del castillo trabajaban en todo momento, perfumando las alfombras, preparando dulces y chupetines para la llegada del príncipe.
Así pasaban los días y los meses, se divertían todo el día y jugaban sin parar. Al llegar la noche caían rendidos en sus camas y dormían como angelitos, mientras la luna los cuidaba al soñar.
Una noche de diciembre, cuando estaban a punto de cenar se escuchó un fuerte ruido:
_¡Toc Toc, Toc Toc!
Los perros, las hadas, los pajaritos y el castillo se miraron entre sí, asombrados y asustados a la vez. ¿Quién tocaría a su puerta un lunes a esa hora?
El castillo toma coraje:
_Quédense acá todos juntos, no se separen ni se acerquen a la puerta, yo me encargo.
El silencio infinito paseaba por los larguísimos pasillos y rozaba las paredes con miedo a hacer ruido, despacio, silbando bajito, despacito, despacito.
El castillo, respira hondo, sacude la cabeza y abre la enorme puerta.
_Hola Señor Castillo, soy Batu, el príncipe encantado. ¿Me estaban esperando para cenar?
Y así entró Batu, el príncipe, caminando como si conociera el lugar de pies a cabeza, cantando feliz.
Se acercó a la mesa y saludando a todos con un fuerte beso les dijo:
_Tengo muuucho hambre. ¿Nadie me va a servir un plato de comida?
Todos comenzaron a reir fuertemente y con un cálido aplauso le dieron la bienvenida al príncipe encantado que en solo unos minutos se transformó en encantador.
Mientras nadie tocaba a su puerta, el castillo se preparaba cada día para ese gran momento, adornaba sus habitaciones con mucha imaginación y muchísimo color.
Tenía 1500 habitaciones y 458 baños. 15 patios de ilusiones y 10 jardines de mariposas.
Tambien había 5 piletas que se escondían entre los miles de árboles y puentes colgantes.
El puente mayor tenía lucecitas de galletitas y flores de caramelos, y cada mañana se llenaba de preciosos pajaritos que revoloteaban y cantaban sin parar a su alrededor.
Los perros se vestían de traje y galera plateados todos los días y se sentaban en la enorme puerta, de hierro de dulce de leche, a esperar, mientras leían cuentos fantásticos y comían tortas de chocolate.
Las hadas del castillo trabajaban en todo momento, perfumando las alfombras, preparando dulces y chupetines para la llegada del príncipe.
Así pasaban los días y los meses, se divertían todo el día y jugaban sin parar. Al llegar la noche caían rendidos en sus camas y dormían como angelitos, mientras la luna los cuidaba al soñar.
Una noche de diciembre, cuando estaban a punto de cenar se escuchó un fuerte ruido:
_¡Toc Toc, Toc Toc!
Los perros, las hadas, los pajaritos y el castillo se miraron entre sí, asombrados y asustados a la vez. ¿Quién tocaría a su puerta un lunes a esa hora?
El castillo toma coraje:
_Quédense acá todos juntos, no se separen ni se acerquen a la puerta, yo me encargo.
El silencio infinito paseaba por los larguísimos pasillos y rozaba las paredes con miedo a hacer ruido, despacio, silbando bajito, despacito, despacito.
El castillo, respira hondo, sacude la cabeza y abre la enorme puerta.
_Hola Señor Castillo, soy Batu, el príncipe encantado. ¿Me estaban esperando para cenar?
Y así entró Batu, el príncipe, caminando como si conociera el lugar de pies a cabeza, cantando feliz.
Se acercó a la mesa y saludando a todos con un fuerte beso les dijo:
_Tengo muuucho hambre. ¿Nadie me va a servir un plato de comida?
Todos comenzaron a reir fuertemente y con un cálido aplauso le dieron la bienvenida al príncipe encantado que en solo unos minutos se transformó en encantador.
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