Sentía en el alma la paz y la tranquilidad necesarias para comenzar ese día como siempre había soñado.
En realidad no era como en mis sueños porque con el correr de los meses habíamos confirmado con las diferentes ecografías, que este amado bebé estaba muy cómodamente sentado adentro de mi panza, esperando que alguien se acercara hasta a su lugar y lo trajera al mundo, o, simplemente deseando quedarse para siempre allí dentro. Por ese motivo hacía ya un tiempo que sabíamos que nuestro hijo llegaría al mundo por cesárea.
Mi marido estaba más nervioso que yo, notaba como sus dedos temblaban minuto a minuto, como su estómago le pedía que por favor no comiese nada porque no lo soportaría, se dejaba caer alguna lágrima de a ratos. Se notaba en su mirada, la felicidad eterna por aquel día tan esperado.
A las 17hs fuimos al sanatorio, tal como nos había dicho el obstetra, Mario Sebastiani, los dos llenos de alegría y ansiedad, esperando que se hicieran las 19hs para por fin conocer a este principito que desde allá nos gritaba cuánto nos amaba.
En la habitación, mirábamos y tocábamos todo como si fuéramos dos chicos en un lugar desconocido, la cama, la tele, la ventana, el pasillo, las enfermeras…uff..había que pasar el rato lo más entretenidos posible!
A pesar de haber programado la cesárea, decidimos contar con la ayuda de una partera del grupo de trabajo de mi doctor, eso se debió a la inexperiencia de ser primerizos (al ser cesárea no se necesita partera) pero sinceramente Laura me ayudó a calmar mis nervios previos, mi ansiedad, mi dolor al colocarme el suero y me acompañó el sólo hecho de saber que ella estaba con nosotros.
Abajo estaban nuestros familiares más cercanos, mis padres y mis suegros, mi hermano y mi cuñado, todos caminando de un lado al otro esperando la noticia.
Pasadas las 19hs me llevaron al quirófano y después de prepararme y anestesiarme, entró Gus, mi marido, con los ojitos llenos de lágrimas, emocionado y feliz, nervioso como nadie. Detrás de mi cabeza oía como me calmaba y me hablaba, me contaba lo que pasaba, apenas él si podía mantenerse en pie, pero fuerte y grande como es, así se portó ese día, un papá terriblemente ansioso por conocer a su bebé.Y de repente, sin darnos cuenta en apenas unos minutitos Bautista había llegado al mundo.
Salió de mi panza tan chiquitito, pesando apenas 2,984 kgs en la semana 39.
Mis lágrimas se derramaban a través de mi cara mientras lo miraba asombrada y repleta de felicidad, mientras él lloraba por su paso a un nuevo mundo y su papá me repetía: “ahí lo tenés” “ahí está” “miralo mi amor qué lindo es”.
El día más feliz de nuestras vidas fue el 10 de diciembre de 2007 y cambió nuestro rumbo para toda la eternidad.
Así viví y sentí, y jamás olvidaré el parto de mi principito encantado, Bauti.
En realidad no era como en mis sueños porque con el correr de los meses habíamos confirmado con las diferentes ecografías, que este amado bebé estaba muy cómodamente sentado adentro de mi panza, esperando que alguien se acercara hasta a su lugar y lo trajera al mundo, o, simplemente deseando quedarse para siempre allí dentro. Por ese motivo hacía ya un tiempo que sabíamos que nuestro hijo llegaría al mundo por cesárea.
Mi marido estaba más nervioso que yo, notaba como sus dedos temblaban minuto a minuto, como su estómago le pedía que por favor no comiese nada porque no lo soportaría, se dejaba caer alguna lágrima de a ratos. Se notaba en su mirada, la felicidad eterna por aquel día tan esperado.
A las 17hs fuimos al sanatorio, tal como nos había dicho el obstetra, Mario Sebastiani, los dos llenos de alegría y ansiedad, esperando que se hicieran las 19hs para por fin conocer a este principito que desde allá nos gritaba cuánto nos amaba.
En la habitación, mirábamos y tocábamos todo como si fuéramos dos chicos en un lugar desconocido, la cama, la tele, la ventana, el pasillo, las enfermeras…uff..había que pasar el rato lo más entretenidos posible!
A pesar de haber programado la cesárea, decidimos contar con la ayuda de una partera del grupo de trabajo de mi doctor, eso se debió a la inexperiencia de ser primerizos (al ser cesárea no se necesita partera) pero sinceramente Laura me ayudó a calmar mis nervios previos, mi ansiedad, mi dolor al colocarme el suero y me acompañó el sólo hecho de saber que ella estaba con nosotros.
Abajo estaban nuestros familiares más cercanos, mis padres y mis suegros, mi hermano y mi cuñado, todos caminando de un lado al otro esperando la noticia.
Pasadas las 19hs me llevaron al quirófano y después de prepararme y anestesiarme, entró Gus, mi marido, con los ojitos llenos de lágrimas, emocionado y feliz, nervioso como nadie. Detrás de mi cabeza oía como me calmaba y me hablaba, me contaba lo que pasaba, apenas él si podía mantenerse en pie, pero fuerte y grande como es, así se portó ese día, un papá terriblemente ansioso por conocer a su bebé.Y de repente, sin darnos cuenta en apenas unos minutitos Bautista había llegado al mundo.
Salió de mi panza tan chiquitito, pesando apenas 2,984 kgs en la semana 39.
Mis lágrimas se derramaban a través de mi cara mientras lo miraba asombrada y repleta de felicidad, mientras él lloraba por su paso a un nuevo mundo y su papá me repetía: “ahí lo tenés” “ahí está” “miralo mi amor qué lindo es”.
El día más feliz de nuestras vidas fue el 10 de diciembre de 2007 y cambió nuestro rumbo para toda la eternidad.
Así viví y sentí, y jamás olvidaré el parto de mi principito encantado, Bauti.
Comentarios
Publicar un comentario